martes, 25 de mayo de 2010

Que no engañe el rosa

Veía unos ojos de color ámbar. Quizá un gatito que había salido de su escondrijo. Me acerqué a él y me agaché para acariciarlo. De repente el gato se convirtió en la muerte. Llevaba su guadaña y todo. Me dijo:
-Atentamente en tu camino debes seguir, la llamada está hecha, tú eres la perdiz, yo soy el cazador.
Se aproximó al usillo más cercano y se desvaneció como un fluido tóxico que penetró en las profundas alcantarillas de la ciudad. Estaba aterrorizado, o lo siguiente. No pude reaccionar hasta que pasaron unos cinco minutos, que yo recuerde. Entonces me dirigí a casa, abrí la nevera y encontré un vaso de agua dentro con mi nombre escrito. Lo saqué, lo inspeccioné y lo probé. Sabía a agua... me lo bebí enterito, tenía una sed terrible. Luego me dí cuenta de que no estaba solo. Miré hacia todos lados; sentía una presencia. Algo me rozó por la espalda. Me dí la vuelta y el mismo gato andurreaba por la encimera de la cocina. Rápidamente cogí un cuchillo largo y amenacé al gato a que saliera por la ventana. Salió huyendo y no lo volví a ver más. Pasado un mes, iba tranquilamente caminando en dirección casa de Nerea. Era de noche, íbamos a ver una película en su casa, íbamos todos, los de la pandilla, los de la clase, hasta Germán, que nunca sale. Me tropecé con el mismo gato negro que se confundía con la espesura de la noche. Salí corriendo, el gato me perseguía; se abalanzó sobre mí y me maulló "a la tercera va la vencida". Me desgarró la sudadera, yo intenté quitármelo de encima. En ese momento de histeria, el gato se soltó y se convirtió en la muerte, pero esta ahora no tenía guadaña, sino un cetro alargado de tonos azulados. Levantó el cetro y me atrajo con él; era como un imán, pero, ¡atraía mis sentimientos! Yo intentaba escapar, pero ella no me dejaba. Acabé entregándole mis sentimientos. Quedó satisfecha; yo, gris. Se fue en dirección contraria, yo la perseguí; aún me quedaban minúsculos gramos de rabia. Le azoté un buen golpe en el cráneo. Se desmoronó en el suelo, pero ahora sus huesos cadavéricos se desplomaron y quedó petrificada. Soltó un hedor horrendo acompañado de un ruido a tostado y una espora escabrosa. ¿Qué había hecho? Había matado a la muerte. No, no. Lo que había hecho era matar los sentimientos en mí. La muerte me había engañado creyendo yo que me había robado mis sentimientos, pero me los he robado yo mismo al matar. Sea lo que sea, he matado. Aunque sea la muerte. Ahora yo soy la muerte.

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