miércoles, 2 de marzo de 2011

Piazza Navona


Hoy leyendo el periódico he recordado algo grandioso, y no me explicaba cómo no lo había plasmado todavía en esta entrada; grandiosa creo que es la palabra adecuada para describir la Fuente de los Cuatro Ríos de la Plaza Navona, impresionante. Era un día un poco gris si mal no recuerdo, mi ánimo se contagió un poco del ambiente. Cayó la noche y fuimos a la Piazza Navona: estilo Plaza España de Sevilla, con sus pintores, sus músicos cantando Hotel California o gente charlando, bebiendo, comiendo, en general, muy buen ambiente. Pasamos por la fuente de Neptuno, maravillosa, como todas las fuentes de Roma; todo tan bello y desmesurado, es como una sensibilidad ametralladora, pesada. Entonces nos paramos en la fuente, la de los cuatro ríos, estaba echado sobre la valla y no recuerdo el tiempo, pero creo que no exagero si estuve dos o tres horas mirándola fijamente, me alucinaba. Quizá fuera el efecto del buen ambiente y la noche fresca, pero acogedora, lo que hacía que no la percibiese como la Fontana di Trevi, también espectacular, por suspuesto... pero no era lo mismo. ¿No te ha pasado nunca que te has quedado embobado mirando a alguien y no sabes por qué? Pues eso creo que me pasó a mí, me enamoré de la fuente y es uno de los recuerdos más bonitos que traje de Italia hace dos añitos ya... Veía esas figuras, una encima de otra, era uno de los escenarios de Ángeles y Demonios, una película que también me gustó (el libro sobre todo), y me encantaba. Recuerdo una serpiente gigante, algún Dios como Neptuno. Todo blanco, calizo y detrás esa elegante Iglesia de los Cuatro Ríos. Era como un fondo puesto por Bernini para que la fuente no se sintiera sola, palpara en el aire nocturno más construcción de su misma piedra. Ahora que lo pienso me recuerda a Salinas; la fuente terminaba en punta como los clímax del poeta, hacia el cielo, hacia la amada, conquistó mis sentimientos definitivamente. Parece algo muy raro, pero creo que muy pocas veces he tenido esta obsesión por algo, y más cuando es una simple escultura -grandiosa, pero escultura al fin y al cabo-. Este empapamiento de cultura no es tan usual en mí, aunque me guste mucho el arte, pero no llego a tanto. No hierro (como diría Descartes) al decir que fue toda una experiencia mística, inusual, inolvidable...

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